08 abril, 2013
El primer día...
Había acabado de mudarme a Florida
hacía 2 semanas y ya fue el primer día de escuela. Me acuerdo que me sentía muy
nerviosa y preocupada sobre este día. No conocía a nadie en la escuela y
tampoco sabía que pasaría en la clase…¿tendríamos que saber todo el alfabeto
y cómo hacer varios problemas de
las matemáticas ya? Me preocupé en esas cosas mientras esperaba por el autobús
en la parada con los otros chicos, a quienes, en aquel momento, me parecían tan
maduros y sabios en comparación a mi misma. Unas imágenes de perderme en la
escuela, de equivocarme en algo sobre el que realmente ya sabía pasaron por me
cabeza. No tenía ningunas ganas de entrar el autobús cuando llegaba, pero sabía
que era necesario que lo hiciera y, es más, que yo aprendiera mucho en la
escuela como mis padres querrían.
Después de un viaje tan insoportable y doloroso por autobús—la culpa fue mía, como era yo que me estaba poniendo mala con todas las preocupaciones—llegué a la escuela y salió el vehiculo amarillo. Mis tenis justo habían acabado de aterrizarse en el suelo cuando, de repente, el pasillo llenó de gente. Me perdí contra la corriente de gente, más baja que todos, y se me iba la memoria de cómo llegar a la aula en la que sería mi primera clase. Solo tenía cinco años y era una niña muy sensitiva, así que no podía controlar los ojos cuando llenaron con lágrimas de vergüenza. ¡¿Cómo llegaría a clase si no supiera el camino?! Permanecí por unos minutos mientras otros chicos me pasaban hasta que una chica del quinto grado me vio y preguntó si yo necesitaba ayudar. Gracias a Dios, ella fue mi salvador—algo que todavía lo creo—en aquella situación de mucho “estrés” y me consiguió a la aula. Solo había pasado menos de una hora entre marchar de mis padres y llegar en la aula pero sentía como si ya hubiera cumplido un día entero.
Después de un viaje tan insoportable y doloroso por autobús—la culpa fue mía, como era yo que me estaba poniendo mala con todas las preocupaciones—llegué a la escuela y salió el vehiculo amarillo. Mis tenis justo habían acabado de aterrizarse en el suelo cuando, de repente, el pasillo llenó de gente. Me perdí contra la corriente de gente, más baja que todos, y se me iba la memoria de cómo llegar a la aula en la que sería mi primera clase. Solo tenía cinco años y era una niña muy sensitiva, así que no podía controlar los ojos cuando llenaron con lágrimas de vergüenza. ¡¿Cómo llegaría a clase si no supiera el camino?! Permanecí por unos minutos mientras otros chicos me pasaban hasta que una chica del quinto grado me vio y preguntó si yo necesitaba ayudar. Gracias a Dios, ella fue mi salvador—algo que todavía lo creo—en aquella situación de mucho “estrés” y me consiguió a la aula. Solo había pasado menos de una hora entre marchar de mis padres y llegar en la aula pero sentía como si ya hubiera cumplido un día entero.
Entré
la aula de la cual ya era llena de otros niños. Me parecía que otros niños los
conocían antes de aquel día y eso me dio vergüenza y ansiedad. Era una niña tan
dramática: cuando me sentí algo, me sentí la emoción con mucha intensidad.
Nuestra maestra aparecía y cantó una rima que todo el mundo (excepto yo, por
supuesto) le repitió a ella la misma rima. “Criss cross applesauce, hands in your
lap” (cruza cruza, la salsa de manzana, las manos en tu regazo). Justo después
de repetir esta frase, todo el mundo iba a sentarse en un círculo mientras yo
permanecí, petrificada en horror que no sabía la frase ni qué había debido hecha
después de repetirla. ¡Que vergüenza que no supiera nada! Los ojos llenaron con
lágrimas otra vez, sin embargo aquella vez, me dije a mi misma que iba a intentar ser fuerte y no una llorona—habría
sido una pena si yo fuera la llorona de la clase todo el año. Sonríe dulcemente a una chica
con una peinado bien interesante (dos trenzas tan largas y rizadas)--ella y yo nos caíamos muy bien y todavía es unas de mis mejores amigas--y copié todo
el mundo y su actuación. Desde aquel momento, el primer día fue bastante bueno—era
niña cuando me di cuenta que la actitud y tener una mente abierta importa muchísimo
en una situación nueva. Aunque las primeras horas de ese día me dieron tanto
vergüenza, la situación mejoró significativamente cuando me dejaba relejar y
disfrutar en las actividades de la clase, incluso si no sabía las costumbres todavía.
Había tiempo; esperaría hasta que supiera.
Posted by Unknown a las 8:38 p. m. // // //
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