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Con un poco de suerte

La última vez que vi a mi abuelo me di cuenta de que todavía no le he preguntado sobre un montón de acontecimientos que han ocurrido durante lo largo de su vida. No sabía que querría saber más que nada. Finalmente, después de reflexionar un poco, resolví yuxtaponer ese ambiente tan sombrío y preguntarle sobre un momento que yo suponía que fuera uno del más alegres, el momento en que conoció a mi abuela. Lo que me dijo fue esto...


Era un miércoles, el día 2 de julio de 1947. Lo recuerdo como si fuera ayer. Todos los chicos que combatieron a mi lado en la guerra y yo finalmete tuvimos un descanso. ¡Y ya era hora! Estaba harto de hacer los mismos gilipolleces cada día; levantarse al amanecer, correr cinco millas, desayunar unos huevos instantáneos, hacer adiestramientos de batalla, comer la comida de una bolsita, asistir a la práctica de disparar, carne indescripible para cenar, dormir para cuatro o cinco horas, levantarse y repetirlo otra vez.


Hubo un grupo de nosotros que íbamos en dirección a Chicago y decidimos coger el tren con la hora de salida más temprano, a las siete de la mañana. Ignorando los rostros cansados y molestos de los pasajeros, estábamos jugando al póker y riéndonos hasta que no pudiéramos respirar. El bote estaba creciendo y había mucho en juego. Sin embargo, tenía suerta ese día. Había ganado la última mano con un mero par de sotas y sólo faltaba una carta para lograr una escalera. El pozo de monedas y cigarillos, que estaba suelto por encima de la mesa, seguía moviéndonos y cayéndonos al suelo. Estaba cabreado de que ese molesto movimiento insistía en romper mi concentración y me puse en pie en búsqueda de algo en lo cual pudiéramos meter el bote. Pocas filas detrás de nosotros, divisé a una chica mona sentada en el pasillo. Noté que ella llevaba una boina.


"¿Te importa prestarme tu boina, por favor?" Le pregunté. "Necesito un recipiente para mis futuras ganancias," dijé con demasiada confianza e indiqué el juego con un movimiento de la cabeza. Ella intentó esconder el rubor que subía desde las mejillas hasta las puntas de las orejas.


"C-claro. Aquí la tienes," tartamudeó mientras se quitaba la boina y me la daba.


"¡Gracias!" respondí bruscamente, con impaciencia a llegar al juego.


Me empezaron a sudar las manos mientras las últimas apuestas estaban hechas. Esperaba ansiosamente hasta que me tocó a mí; dos pares bajos, un par de ases, una mano con nada y un completo con cuatros y doses. Puse mi mano, una escalera con una reina como la carta alta, encima de la mesa con indiferencia, como si fuera nada.


"¡Hijo de puta! ¿Qué coño ha pasado?" Mi amigo, Joe, tiró sus cartas sobre la mesa, enseñando una escalera también, pero con una sota como carta alta. "¡¿Cómo has ganado otra vez?!"


Para calmarnos un poquitín, pedimos una cerveza. Son las cinco en alguna parte del mundo, ¿eh?


"Oye," dijo Tom, dándome un empujón, "Esa tía de allí ha estado mirándote desde hace más de una hora. ¡Vete! ¡Háblale!"


La chica esa, a la que refería Tom, fue la chica de la boina. Todavía sintiéndome como un amuleto de la suerte, la acerqué y la invité a salir conmigo cuando llegáramos a Chicago.


... "Por alguna razón, que hasta hoy sigue siendo un misterio, ella aceptó mi petición. Y tú ya sabes como acabó la historia, sesenta años más tarde."


Mi atención volvió a la realidad; a los pitidos de las máquinas, al olor distinto del hospital y al cuerpo débil de mi abuelo, tumbado en la cama. La mano de mi abuela no soltó la de mi abuelo, y no la soltará hasta su último aliento. Ese día en el tren, dos personas se enamoraron. Aunque mi abuelo ya no está con nosotros, es un amor que durará para siempre.

Posted by Emily a las 12:05 p. m. // // //  

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