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El peor momento de mi vida

Era miércoles, el día tres de marzo de 2010, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Estaba con mis tres amigos en las vacaciones de primavera en ese paraíso del Caribe: las Bahamas. La escena: un aparcamiento en la playa de la costa norte de la isla de Nueva Providencia. Era un día maravilloso – hacía sol, el mar estaba perfectamente azul – aunque había mucho viento. Y ¿cómo fue posible que algo malo ocurriera en este paraíso? Pues, te contaré una historia.

Peter, mi compañero de cuarto en la universidad, se había mudado recientemente con sus padres a las Bahamas, y él había invitado a algunos de nuestros amigos y a mí para ir de vacaciones allí. Éramos cuatro chicos de diecinueve y veinte años, invitados a una isla tropical y mágica – con una edad legal de consumo de dieciocho años. Nuestros sueños eran la playa, las discotecas, las chicas y el alcohol.

Entonces, realizamos nuestros sueños el martes por la noche. Fue una noche llena de vicios y virtudes, desconocidos y nuevas amigas. Otro chico de nuestra universidad también vivía en la isla, y él fue nuestro guía durante la semana. ¡Y qué guía fue! No lo sabíamos antes, pero de verdad este chico era como una celebridad en su ciudad natal de Nassau. En una discoteca muy selecta, fuimos VIPS y bebimos unas cinco o seis botellas de champán – cada una costó sobre cien dólares – con la ayuda de un grupo de chicas guapísimas de una hermandad femenina de Carolina del Sur; nos parecieron ángeles con sus acentos sureños. Nunca olvidaré la imagen de Peter – un chico normalmente tímido con chicas desconocidas – bailando detrás de una de las chavalas con una botella de champán en cada mano. ¡Qué campeón era! Otros acontecimientos de esa noche incluyen mezclas fatales de alcohol, visitas a unos casinos y algunas experiencias cercanas a la muerte.

Vale, ya sé lo que estas pensando, “Dan, el fiestero, ya sabemos qué guay eres. Pero esta entrada se llama ‘El peor momento de mi vida.’ ¿Cómo podía ser una noche tan fantástica tan horrible?”

Pues, te explicaré. Ese martes fue una de las mejores noches de mi vida, pero todo lo bueno en esta vida también trae algo malo. Aprendí esta regla a la maldita mañana siguiente. Decir que tuve resaca sería quedarse corto. Dos de mis amigos ya habían vomitado durante la noche. ¿Y yo? ¡Por supuesto que no! Nunca vomitaba después de beber (no chicas, no soy demasiado bueno para ser verdadero; si quieréis mi número de teléfono, me lo pidís), pero algo era raro – algo estaba muy mal. Te admito, traté de vomitar – algo que nunca había hecho – pero no pude. Mientras mis amigos ya estaban bien – desayunando, haciendo planes para salir otra vez esa noche – yo estaba de pie frente al váter. Pero no era capaz de perder el contenido de mi estómago, sino solamente mi orgullo. Y encima, ese día teníamos planes para ir al complejo turístico Atlantis – un viaje de cuarenta y cinco minutos en coche por una vía llena de baches.

Era miércoles, el día tres de marzo de 2010, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Estábamos en el Mercedes MCC Smart auto, nosotros cuatro chicos (demasiado grandes para ese coche tan pequeño) y la conductora y madre de Peter, la Señora O’Neil. Después de unos veinte minutos de sufrimiento – sin espacio, sin aire y con el estómago a punto de salirme por la boca – necesité decir las palabras más vergonzosas de mi vida: “Señora O’Neil, tengo ganas de vomitar”.

Al decir estas palabras a una mujer tan simpática, tan educada, la madre de mi compañero de cuarto y nuestra anfitriona para la semana, me dí por vencido. “No hay problema, Dan,” ella me dijo, tan cariñosa como siempre. Nos hicimos a un lado en un aparcamiento en la playa en la costa norte de la isla. Hacía sol y el mar era más hermoso que nunca, pero había mucho viento. Abrí la puerta y “¡PUAJ!” – gracias al viento, en vez de caerse al suelo, todo lo que había bebido y comido la noche anterior de repente estaba en mi camiseta, mi cara, mis piernas y, todavía más, en la puerta del coche. Corrí desesperadamente para buscar un lugar más privado donde pudiera continuar mi erupción de vergüenza, y además quería un lugar donde el viento permitiera el champán y lo resto que sobra aterrizar en el suelo.

Y allí estaba – el peor momento de mi vida – en uno de los paisajes más bonitos del mundo, delante de algunos de mis mejores amigos y la Señora O’Neil (quien había conducido un poco adelante el coche por el olor), cubierto de mi propio vómito, al lado de una carretera desde que se podía verme todo el mundo. Sí, lo recuerdo como si fuera ayer – la vista del mar, el frescor del viento, las miradas de mis amigos y el sabor del champán. ¡Puaj!

Posted by Dani a las 3:27 a. m. // // //  

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