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El Amor Perdido

Había una vez, hace unos años, una chica que se llamaba María Belleza. A todo el mundo le parecía que ella tenía la vida perfecta y desde fuera, sí, parecía así. Ella era hermosa, inteligente y rica, y vivía en su propio piso en el lado oeste de la Ciudad de Nueva York. No obstante, la verdad era que ella no estaba contenta – no, ella no estaba nada contenta. Y, ¿la razón para su tristeza? Ella tenía mala suerte en el amor.

No quiero decir que ella no tenía pretendientes o novios. En realidad, era casi lo opuesto, porque había muchos chicos que intentaban salir con ella todo el tiempo. Pero ninguno de ellos era bastante bueno para ella. Ninguno hasta ese día fatídico en enero.

Al principio, a ella le parecía como cualquier otro día. Estuvo en su café favorito y pidió la misma cosa que siempre pedía, un gran café con vainilla y nata. Se sentó en el mismo rincón en el que siempre se sentaba – uno cerca de la ventana con la vista de toda la gente andando por la calle. Todo era normal; es decir, todo excepto el chico que se sentaba solo en una mesa pequeña en el otro lado del café. Nunca lo había visto antes en ese sitio. Él leía el periodico y parecía muy absorto en el pensamiento cuando, de repente, leventó la mirada y miró directamente a los ojos de María. Ella se sintió como si hubiera un rayo pasando por su cuerpo entero. Ese chico es especial, ella pensó, y continuaba creyendo esto cada día que lo veía en el mismo café durante los meses siguentes. Había una conexión entre ellos que ella no podía explicar, algo que no estaba hablado, pero que existía seguramente. Ellos dos eran demasiado timídos para acercarse; sin embargo, la conexión se quedaba.

Después de casi dos meses de miradas amorosas en el café, María estaba cenando en un restaurante con uno de los muchos chicos que siempre intentaban salir con ella. La aburría su acompañante y ella estaba intentando reprimir un bostezo cuando, en ese momento, vio al chico del café charlando y riéndose con una chica bonita en una mesa en el otro lado del cuarto. Ella se puso celosa, pero ¿por qué? No tenía una razón en realidad, pero al mismo tiempo se sentía como si él le fuera infiel a ella. En ese momento, ella decidió que tenía que hacer algo – tenía que hablar con él el próximo día que lo viera. Con esa resolución, ella terminó a cenar tranquilamente y luego procedió a romper con su acompañante aburrido.

Los días siguientes, ella no podía pensar en nada más que el chico del café, pero estaba tan ocupada que no podía volver al café hasta cinco días después de verlo en el restaurante. Con esperanzas altas y talcones más altos, ella andó al café, solamente para descubrir que el chico no estaba dentro. Pidió su café con vainilla y esperaba en su rincón mientras miraba a la gente pasando afuera de la ventana. A ella le parecía como si todo el mundo pasara por la calle ese día excepto la única persona que quería ver. Finalmente, casi cinco horas y siete cafés con vainilla más tarde, María se fue del café para volver a su casa. En el camino, pasó delante de una iglesia, la misma iglesia delante de la que siempre pasaba. Ese día, como muchos otros, había una boda dentro. Cuando levantó sus ojos tristes en la dirección de la iglesia, ellos se encontraron con los del chico del café. Él era el novio de la boda y bajaba las escaleras de la iglesia cogido de la mano de su novia, la chica que María había visto con él en el restaurante. La sonrisa del chico se desvaneció y él agitó lentamente la mano a María. Y de ese día en adelante, ella nunca olvidara al chico del café, su amor perdido.








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PUNTOS OBTENIDOS: 4,2

Posted by Michelle Racine a las 5:35 p. m. // // //  

1 Comment:

  1. Noelia said...
    Ooooohhhhh ¡qué pena! Y yo que estaba convencida de que terminaría bien... Aunque la verdad es que son más emocionantes los cuentos que terminan, al menos, un poco mal (¿será porque así se parecen más a la realidad?).
    Michelle, enhorabuena por tu cuento. Es muy original.

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