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Bill Briggs y las galletas

Bill Briggs tenía todo. Él era un ejemplo del sueño americano para un hombre joven solamente tres años después de terminar la universidad. Vivía en Nueva York y trabajaba en un rascacielos en Manhattan. Sus padres eran muy orgullosos de su hijo y todos los viernes recibía un paquete de galletas de chocolate en su buzón con el mismo saludo, “Eres mi cielo hijo. Continúa haciéndolo bien.” Cada viernes a las 7 por la tarde cuando recolaba su paquete, sonría y ponía la carta en su bolsillo. Pero un viernes él miró a las galletas y decidió que no las quería esta vez. Puso la carta en su chaqueta en vez de su bolsillo y empezó a caminar a su apartamento. Después de tres años de las mismas cartas y las mismas galletas decidió que nunca comerá las galletas otra vez.


El próximo lunes levantó a las 7:30 como siempre. Se ponía su corbata azul, camisa, pantalones y chaqueta. Y cuando salió de la puerta había un paquete a sus pies. “¡Jolínnn! ¡No más por favor!!” Cogió el paquete y lo puso debajo de su brazo derecho y con su brazo libre cerró la puerta. En su camino a su oficina siempre pasaba por una escuela. Todas las mañanas los niños estaban jugando en el patio. Sus gritos y risas siempre le molestaban. Quería volver a los días cuando no importaba a nadie lo que hacía. Cuando los bomberos, colectores de la basura y la policía eran sus héroes. Cuando las hojas y la grabadora no eran las únicas cosas que eran sus juguetes.


Con todos estos pensamientos y deseos corriendo en su cabeza, se encontró parada y con sus manos puestos en el alambrado sencillo. Sus dedos querían tocar la pelota de baloncesto otra vez para reclamar sus días de gloría cuando era el reino del corte de baloncesto. Después de lo que parecía una eternidad, recogió su paquete que pesaba como plomo y seguía caminando a la otra puerta importante de su vida, 1451 B. Llegó después de Karen quien todos los días, sin falta, era la última a llegar. Eso significaba que no había café en la cocina. “Un día sin café con un distinto sabor de metal y jabón.” pensó Bill. “¿Qué voy a hacer?” Fue al frigorífico, abrió la puerta y cogió una cajita de leche de chocolate. Puso la pajita en la cajita y regresó a su cubículo. Esta leche era mejor que cualquier taza de café que había bebido en su vida.


Después de otro lunes con su ordenador, las hojas impresas y la grapadora, decidió volver a la escuela. Cuando llegó a l alambrado sencillo otra vez. Esta vez las luces estaba encendidas y el corte estaba vacía. Una pelota de baloncesto quedaba en el centro del corte. Bill echó una vistaza por su hombro a ver si alguien estaba mirándole. Pero nadie le daba caso. De repente empezó a correr hacia la pelota. Con la pelota en sus manos otra vez, se sentía como el reino otra vez. Intentó a ponerlo en el hoop, pero lo tiraba débilmente. Empezó a reír.


Bill estaba allí en su corbata, camisa, pantalones y chaqueta hasta las 11 por la noche. Él, la pelota y su paquete de galletas. Cambió el saludo de la carta y al final se leía "¡Eres mi esperanza!" Decidió que las galletas no eran importantes para él y para decir gracias a los niños, las había puesto juntos con la pelota y el saludo en el centro del corte. Entonces salió y volvió a su apartamento sudando pero muy feliz.

Posted by Grace Campion a las 11:02 a. m. // // //  

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