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El guiño malvado

Era un día como todos los demás, se dijo a sí misma, mientras entraba en el ascensor. No miró a su reloj como es la acción habitual de las personas que suben en los ascensores. Ya sabía la hora. Pero miraba, como si estuviera en un trance de tristeza, los pies. No creo que me haya comprado nuevos zapatos desde que mi madre me regaló estos, pensó. Fue la noche buena de 1996, hace unos once años. Solamente éramos mi madre y yo, se acordaba mientras subía el ascensor. Su padre había muerto unos años antes, y su madre le acompañaría menos de seis meses después de aquella noche fría de fiesta y nieve.
Vale nos vamos, se dijo otra vez a sí misma y bajó del ascensor. Era su acción habitual como una de las personas que siempre están solas y que encuentran maneras de tener una conversación, a pesar de que sea una conversación silenciosa. Se puso a limpiar la oficina gris y desolada. Caminó al escritorio grande y alcanzó el abrazo sobre el ordenador para poder quitar el polvo en la pantalla. De repente, la mano chocó contra un botón del teclado. Sonaron algunos ruidos pequeños. Bip, bip. Como si algo estuviera al punto de conectarse… Frunció el ceño, echando un vistazo hacia abajo al teclado. ¿Qué es esto? se preguntó. Miró hacia arriba y se encontró con la cara de un hombre. Se sonrieron pero no intercambiaron ni una palabra. La conexión se disconectó y, otra vez, estaba sola.
Era un día como todos los demás….bueno, más o menos, reflexionó. No lo podía decir, pero algo había cambiado, y creía que tenía algo que ver con el encuentro del hombre en la pantalla…Se subió al ascensor. Se miró los pies. Pero en lugar de ponerse a recordar de lo que había perdido, echó una mirada hacia arriba sin querer. Entró en la oficina, pero no se puso a limpiar, y fue, casi corriendo, hacia el escritorio. Y ahí estaba, en la pantalla recién limpiada. Sonreía. Ella respondió con el mismo gesto.
“Clara,” dijo, señalándose con el dedo.
“Vladmir,” respondió. “Rusia.” Sin pensar, ella tocó el reloj con el dedo.
“Mañana. A esta hora,” y las imágenes de los dos desaparecieron en el abismo de la oscuridad. Había sido la primera vez que había hablado en voz alta hace mucho tiempo.
Vale, nos vamos, se dijo a sí misma con una sonrisa grande, una que no podía esconder. Cargada con bolsos llenos de comida, subió en el ascensor. Bajó y se puso preparar una sopa para cenar. No podía ocultar la emoción que se sentía aquella noche fría de diciembre. Tengo una cita. Tengo una cita para cenar, se repetía a sí misma. A la hora exacta de la noche anterior, se encontró otra vez con Vladmir. Él se sentó después de saludarla. Ella hizo lo mismo. Comieron en silencio, pero en un silencio familiar. Sonía el tintineo de los cubiertos sobre los platos, sorbitos del vino y de la sopa recién hecha, y las sonrisas de los dos. Clara tenía que decirse que él no estaba en la misma sala. Un día, susurró. Vladmir la oyó y la miró a través de la pantalla. Y a pesar del ambiente acogedor de la tarde, y su sonrisa permanente, de repente Clara se llenó con una sensación semejante a la tristeza a la que ya estaba demasiado acostumbrada.
Las citas de los dos siguieron. Después de unas semanas, Vladmir trajo a un intérprete, y se sintieron más y más cercanos. En pleno invierno, habían planificado que él iría a Colomia para visitarla. El día anterior del que hubiera llegado, Clara se encontró en el ascensor una vez más. Sería la última vez que tendría que limpiar los despachos, pasar la aspiradora, y quitar el polvo de las superficies. Estaba más emocionada por aquel día que había estado por la primera cita. Miró fijamente a la pantalla donde se había encontrado a su amor. La tocó y pensó, no me lo puedo creer que por fin vamos a estar juntos…De repente, Clara marcó el mismo botón que había marcado la primera vez. Una luz salió, y dio la imagén familiar we la mesa de Vladmir. En los primeros momentos, no había nadie. Pero luego, una voz pequeña y apagada murmullaba una canción infantil. Su dueña salió en la pantalla, una niña de cuatro años Clara calculó. Dos hermanos mayores la siguieron, trayendo unas fuentes de comida. La voz de Vladmir sonó del fondo. Él también traía una fuente de comida en una mano y en la otra una botella de vino tinto con dos copas equilibrando ruidosamente entre los dedos. Y como si el mundo en sí se explotó, Clara la vio. La mujer que sería la de Vladmir. Pero antes de que ella pudiese mirar a Clara, Vladmir, con un guiño malvado se apagó la pantalla con el mando. Pasaron unos moments antes de que Clara pudiera respirar. Cruzó sus brazos delgados, y cargados con las pocas joyas que tenía y que llevaba especialmente para aquella noche. Miró hacia abajo, vio los zapatos viejos y familiares, y recordó su tristeza.

Posted by Caitlin Wolter a las 11:28 p. m. // // //  

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