11 abril, 2007
Un final para La Vida en el Armario, por Orlando Azcaráte
“Conjetura que se encuentra en el dormitorio de la vivienda y decide esperar a que la pareja se acueste para volver a sentir la emoción de escucharla. Recuerda su mano, el movimiento delicado y seguro de la muñeca al colocar las perchas y se estremece frente a aquella poderosa presencia de la que sólo conoce un miembro, una voz, y un modo de hacer ruido al caminar....”
Sabe que está loco, y que la presencia que desea no es nada más que un fantasma para él, pero no puede luchar contra el sentimiento de urgencia, de necesidad, y sus piernas se sienten como si estuvieran paralizadas. Por eso, se queda en el armario durante una hora, esperando hasta que la pareja vuelva de cenar. Finalmente, acaba de dormirse cuando otra vez oye el sonido de los tacones en el suelo, y su corazón salta. Escucha con atención su voz mientras la pareja sube las escaleras. Es firme y delicada al mismo tiempo, y cuando entra en el dormitorio, el sujeto la oye preguntándole a su marido sobre su día. El hombre gruñe respuestas adecuadas, pero sus palabras son vacías y sin sentido, su tono disinteresado y parece que está pensando en otras cosas. En un ratito, las luces están apagadas y el sujeto se duerme con la cabeza apoyada sobre la falda de seda.
Se despierta la mañana siguiente por el sonido del despertador. Por un momento se le olvida dónde está, pero la voz cansada de la mujer lo devuelve a la realidad. Escucha los ruidos de la mañana, distinguiendo todas las acciones de la mujer y las del hombre. La ducha está encendida, y se abren y se cierran los cajones. Finalmente, el momento por el que ha estado esperando: se abren las puertas del armario, y la mano delgada entra para coger alguna ropa. La mano elige la percha con el traje de mujer de manera segura y marcada, cierra las puertas y se deja en la oscuridad de nuevo.
El hombre tose, y el sujeto escucha trozos de una conversación breve entre él y su mujer sobre una fiebre y una enfermedad de algún tipo. Oye a la mujer que suspira y se queja de que es la tercera vez esta semana que ha perdido el trabajo, pero el marido le asegura con algunas palabras suaves y pronto se oye el taconeo de los zapatos de ella bajando las escaleras y marchándose de casa.
El sujeto se instala en una posición cómoda en el recodo para esperar el regreso de la mujer y su voz. Más pronto que lo que esperado, el ruido de zapatos femeninos llega a sus orejas otra vez. Oye el murmullo de voces subiendo las escaleras, la risa del hombre y la respuesta de una voz femenina. Esta voz, sin embargo, tiene una calidad bronca, y produce palabras seductoras y juguetonas; es cierto que ésta no es la mujer de la mano elegante, de la voz musical. La pareja entra en el dormitorio, y ya no se oye hablar.
De repente, el sujeto se da cuenta de lo que está pasando. El hombre tiene otra mujer en casa durante la ausencia de su mujer, la de la voz mágica y la mano con los dedos largos. No puede soportar el conocimiento de que el marido va a causarle pena a un ser (¿un fantasma?) tan hermoso, y no puede abstenerse de saltar del armario con la percha de la falda de seda en su mano. Antes de darse cuenta de lo que ha hecho, el sujeto ve que sus manos y la percha están manchadas con sangre, el hombre y la mujer están muertos en la cama, y la falda de seda está posada en el suelo. Con indiferencia mira el escenario fijamente por unos momentos, da la vuelta, baja las escaleras y sale por la puerta principal. Está caminando por las calles cuando pasa a una mujer hermosa que está hablando por su móvil. Su voz es dulce, pero firme, su mano delicada y segura, y lleva zapatos con tacones. Sus miradas se cruzan y durante esos pocos segundos un millón de sentimientos cambian. Los dos siguen caminando y regresan a sus propias vidas, ambas cambiadas para siempre, con esa mirada grabada en sus mentes eternamente.
Posted by Michelle Racine a las 12:58 p. m. // // //
Etiquetas: cuento, El desorden de tu nombre, La Vida en el Armario, Orlando Azcárate