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Un recuerdo

La puerta detrás de mí se abrió con un chirrido. Levanté la mirada de mi libro de colorear para darme la vuelta. Apareció en la entrada una figura encogida, iluminada por el sol matinal. Bajo un cabello de canas desgreñadas brillaban unos orbes grises verdosos. Unos labios finos estaban partidos en una sonrisa constante, bordada por lápiz de labios rosa. De ambos lados de la boca se proyectaban mejillas pálidas, hundidas como si estuvieran clavadas con pinzas. Su nariz y sus orejas eran lindamente pequeñas, modestas, como lo demás de su persona. Poseía unas cejas vagamente levantadas, dándole un aspecto de inocencia que revelaba su ternura.
-¡Hola, abuela!- le dije ansiosamente. -¿Qué tal tu paseo?-
-Muy bien, hija- me contestó con una voz frágil y dulce. Se quitó el suéter crema que siempre me había encantado. Estaba afectuosamente gastado, con tantas bolitas que parecía ser de lunares. Olfateando la prenda, noté algo fuerte que hizo que me lloraran los ojos.
"Serán los fuegos que se encienden en el otoño," pensé. En ese tiempo era demasiado ingenua para creer que mi abuela querida podía hacer algo tan vil como fumar.
-Emush, ¿quieres harina de avena para el desayuno?-me preguntó, acariciando
cariñosamente mi hombro. Agarré su mano, palpando las arrugas que la cubrían como un mapa topográfico.
-¡Por favor! ¡Tú la cocinas mejor que nadie!- respondí con entusiasmo.
Ella cojeó hacia la estufa, su espalda jorobada sobresaliendo de su camisa beige. Volvió la cabeza y partió la boca como siempre, dejándome ver las bases grises de su dentadura postiza. Me murmuró en polaco, "Eres mi kosztowny jed (hija preciosa)."
Me levanté y corrí a su lado, apretando su cuerpo débil en un abrazo fuerte. Palpé los huesos de su espalda, alineados como una vía férrea.
Sonreí, contentísima por mi gran secreto: yo tenía la mejor abuela del mundo.

Posted by Emily Atkinson a las 2:04 p. m. // // //  

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